No lloré por la muerte de Néstor Kirchner. No sentí lo mismo que los miles de personas que se acercaron a la plaza de Mayo, pero lo respeto.
Debo aceptar que no soy de los que lloran facilmente... y no me enorgullezco de eso.
Sentí una gran angustia al ver a Cristina Fernández. No pude dejar de ponerme en un lugar que no ocupé, y sinceramente espero no ocupar. No hablo del sillón de Rivadavia, sino del de persona viva que debe despedir a su compañero de vida, su amor, el padre de sus hijos.
Por eso no entendí qué festejaban algunos. La muerte de una persona no es motivo de festejo. Al menos no para mí.
No pude dejar de sentir vergüenza ajena.
¿Acaso nadie es capaz de ver mas allá de su ombligo?
¿nadie sabe ponerse en el lugar del otro?
¿Qué sentirían esos que festejaron si pongo música de fiesta en el velorio de su padre, su esposo/a o su hijo/a?
No se preocupen, no lo haría. No me gusta hacer lo que no me gusta que me hagan.
Quizás sólo los que atravesamos una desgracia semejante podemos entenderlo, o sólo los que entendemos a la vida de las personas más allá de la ideología política que pregonen, su club de fútbol, su honestidad, o su clase social.
No lloré por Néstor Kirchner, lloré por los que no pueden ponerse en el lugar del otro.
No lloré por Néstor Kirchner, lo hice por ver el dolor de su esposa y sus hijos.
No lloré por Néstor Kirchner, lloré porque creo que mientras sigamos de esta forma, el mundo nunca va a cambiar...
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